Son dos fragmentos de un escrito publicado en
Argus-a, bajo del nombre de “Modernidad, sincretismo y filogoticismo en Carlos Páez Vilaró: contextos y estética
de un artista rioplatense”. En él, se
habla de los orígenes de la pintura del artista uruguayo, su actividad como
muralista y constructor.
Si bien se podría decir que el montevideano, con la arquitectura, llega aún más lejos que con las estructuraciones cubistas de la pintura y el dibujo, que reproducen en cierto modo fórmulas de otros artistas rioplatenses de los sesenta, no se deben retacear los logros de lo resuelto en el plano plástico. Hay sin duda, un Carlos Páez Vilaró, que se acerca a otros rioplatenses - Barradas, Torres García o Espínola Gómez - en eso que Jorge Schwartz ha caracterizado como “la voluntad de ser nuevos”; de ser “distintos” (2004, 3). Tomando elementos de las vanguardias con algún posible tinte local. Y por supuesto, por sobre todo, heterogéneo al modo de un Espínola Gómez, con respecto a técnicas y procedimientos.
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Carlos
Páez Vilaró, aún casi en el fin de su vida, paralelamente a la
capilla-santuario pinta tanto escenas expresionistas de “llamadas de tambores”
del candombe montevideano como verdaderos “retratos” de gatos al modo
deconstructivo cubista. Demostrando así ese carácter propio de los artistas
rioplatenses de ser cultamente heterodoxos desde las dos orillas del “charco”. Y así es como retomando el gesto de Torres
García en América invertida, Carlos
Páez Vilaró, moderno, sincrético y filogótico, da vuelta el mapa y se ubica en
el centro de la escena.
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