lunes, 6 de mayo de 2019

Cuando el cine de Godard respiraba los sesenta.



Por otro lado es sin duda “Pierrot el loco”(1965) uno de los filmes de Jean- Luc Godard que nos acerca con un relato casi caprichoso y aparentemente desprolijo en la secuencia de los hechos a ciertas cuestiones esenciales de una década irrepetible como fue la de los sesenta. Más de cuatro décadas después, una relectura de esta obra de Godard, nos permite recrear una sociedad que ya no existe, pero que fue, en muchos aspectos, cimiento de nuestro presente inmediato.




El esqueleto de un filme.

En 1965 Jean- Luc Godard dirige Pierrot el loco, una obra imposible de remitir tan solo a la circunstancia de un género cinematográfico como el policial; un género que ya aborda en 1959 con una obra maestra de la cinematografía: Sin Aliento.  Se podría decir que Godard solo “adopta” el policial como vehículo para desarrollar ese tramo de su filmografía. Pierrot el loco, como Alphaville  o Made in USA nos aproximan a un director sumamente complejo y profundamente comprometido con generar una imagen cinematográfica distinta.
Ferdinand Griffon (Jean- Paul Belmondo), intenta abandonar su aburrida vida parisina escapando con Marianne Renoir (Anna Karina), una niñera contratada por su esposa italiana. Se ha parado, por decirlo así, ante su propia vida y ha descubierto que ella tal como está planteada ha perdido sentido. Por otro lado, el fragmentario relato godardiano, conlleva en esta puntada inicial del filme a la idea de que Marianne esta siendo perseguida por unos personajes que sin duda alguna son asesinos.
Si en los filmes clásicos de John Ford, seis o siete planos netos daban origen a un western  y el total de su trama, en Godard, la cuestión es más compleja. Solo después de tres o cuatro escenas de cierta extensión se comienza a sentir un suave olor a género policial. Pierrot el loco, es en esencia una muy libre adaptación de la novela de Lionel White Obsession, una obra repleta de traiciones amores, odios y asesinatos. Godard, en cambio,  se encamina hacia un tipo de filme que establece más un cierto correlato con las formas narrativas de la novela de los sesenta que respeto por la estructura de Obsession. El libro solo será una especie de disparador, cuestión sumamente original si tenemos en cuenta  que aún varios años después La naranja mecánica, significará el sometimiento de Stanley Kubrick a una novela, tratando de plasmar la misma lo más fielmente posible.
En la adaptación cinematográfica de Godard, Ferdinand Griffon, ha perdido la rudeza del protagonista de Sin aliento y hasta el patetismo final. En el primero de los filmes, Michael Poicard, ha robado un auto en Marsella y ha matado a un policía. Es acorralado y sabe que va a morir. Griffon en cambio parece tener en sus manos la posibilidad de elegir entre la vida y la muerte.
 Poco le importan, al protagonista del filme, las presiones familiares y sociales cuando tiene su encuentro con Marianne; deja todo a un lado en apresurada decisión y da en ese acto un inicio formal a una extraña huída.  Persecuciones; robos de autos; emboscadas; torturas y también el fantasma de la muerte .La pareja busca refugio en una paradisíaca isla donde en un primer momento creen hallar la paz definitiva sin darse cuenta que el pasado  no perdona.
Marianne muere en sus brazos, tras un confuso episodio donde ella recibe un disparo mortal. Griffon llama entonces por teléfono a su familia, pero no le dice quien es. Así es como   se despide de su pasado y de la sociedad en que antes viviera. Ahora, dentro de la isla y alejado de la sociedad, las reglas parecen ser otras: tal vez allí es donde se fortalece la idea del suicidio. Cubre su cabeza con cartuchos de dinamita y enciende la mecha. La cámara se retira en contrapicado y nos permite ver una panorámica de la isla. La banda de sonido registra una tremenda explosión; se observa una gruesa columna de humo que se eleva hacia el cielo…el relato llega a su fin.



Respirando los sesenta.

El film de Godard transcurre en los sesenta, en una época donde muchos de los valores establecidos por la sociedad de décadas atrás hacen agua por los cuatro costados. Es que es por los sesenta cuando la sociedad ha establecido lo que podríamos decir una “distancia crítica” de la segunda gran guerra; ahora se encamina hacia nuevos rumbos que en ocasiones solo son intentos de cambio Otros directores de la “nouvelle vague” de los sesenta como François Truffaut o Claude Chabrol también consideraron al género policial como un importante aporte al  cine de la época.
En “Disparen contra el pianista” (1960), François Truffaut, adapta Down There del escritor de policiales negros David Goodis y pone al género en el centro del debate de la intelectualidad francesa de esa época. David Goodis una especie de outsider que culmina su vida atrapado en las redes de la esquizofrenia, se hace presente, después de Truffaut,  en el pensamiento cinematográfico de los grandes directores franceses de los sesenta.  Y sin duda alguna también deja sus huellas en el de Jean Luc Godard dado que uno de los protagonistas de Made in USA lleva en la ficción el nombre del escritor.
“Lo que yo quiero es vivir” expresa Marianne que es sin duda una chica de esos sesenta; una chica un poco alocada para la mirada de generaciones anteriores:” me compré un disco”, le dice a Ferdinand y con ello demuestra como muchos jóvenes de la época un claro gusto por la música comercial. Ferdinand le arroja lejos el disco y expresa: “la música es menos que la literatura”; el todavía esta fuertemente adherido a una sociedad lectora que en muchos casos rinde casi culto a la poesía. 



Marianne lleva puestos a partir de cierto momento cercano al desenlace del filme ajustados pantalones y está jugando al bowling:” llevas los pantalones ceñidos”, le dice Ferdinand Griffon a lo que la joven le replica:”si no te gusta vuelve a Paris”. Ella vive en una época donde los jóvenes más que nunca comienzan manifestar sus preferencias por cierta forma de vestimenta que los diferencie del resto de la sociedad y también a implementar nuevas y variadas formas de diversión. Ha nacido sin duda lo que muchos han dado en llamar, la cultura de los jóvenes y Marianne pertenece a esa cultura. La joven vive en plenitud una época donde se tenía la percepción de que “el mundo era joven y existía una relación casi inmediata entre el deseo y su realización”; se había instalado una “corriente de optimismo generalizado, en el seno de una onda económica expansiva “. (Terán: 1998: 16).
A Ferdinand Griffon, que ya no es tan joven, esa nueva sociedad se le escapa de las manos: no la entiende muy bien, ni puede establecer control alguno sobre ella; se ha dado cuenta que ni aún la presencia de Marianne lo ha salvado de un cierto colapso existencial.  En algo se parece el protagonista a los personajes de las novelas de David Goodis; a seres sumergidos en la neblina del fracaso que se debaten infructuosamente por salir de ello.
 Más de cinco décadas después, Pierrot el loco   nos sigue trayendo ese colorido y alegre aliento de la sociedad y la cultura de los sesenta que se refleja plano tras plano; que según sostienen los que mucho entienden, perdió su vida a manos del mayo francés y la guerra de Vietnam. De todos modos, Pierrot el loco, fue filmado “unos metros antes” del encuentro de la política con la cultura.
 Solo unos metros antes del protagonismo francés de los estudiantes y de la entronización de los “filósofos de la sospecha”.  Ese era sin duda el momento y el contexto  social que respiró el director y dejó impreso con su cámara en el celuloide. Godard ha hecho eco de otros grandes directores, comprendiendo que un travelling  no es solo una operación técnica, sino también un recurso que permite reflexionar (y hasta moralizar) sobre un tema; sobre una época por ejemplo como en Pierrot el loco. Un travelling  puede revelarlos así un pasado no tan lejano, pero de todos modos irrepetible.


Referencias bibliográficas.


Terán, O. (1998). Cuando bajo los adoquines estaba la playa. Fundación Proa Publicaciones. Buenos Aires.


 Jorge Jofre/ mayo 2019

lunes, 26 de noviembre de 2018

EL MICRORELATO COMO FORMA EVALUATIVA EN LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA DEL ARTE.




Por Jorge Jofre.



Durante mucho tiempo la enseñanza de la historia del arte consistió en repetir un relato que, en ocasiones, podía ir acompañado de una ajustada descripción de obras o de algún escueto comentario. Pero, el desarrollo de las ciencias sociales, los estudios sobre comunicación y hasta el campo de la psicología han modificado tal situación.
Esos cambios también incidieron en las formas tradicionales de evaluar que por lo general recurrían a exámenes orales de alto contenido memorístico o escritos soportados en preguntas-clave. Hoy día, si trabajamos, por ejemplo, la obra de Rembrandt, tanto el análisis de sus producciones como el informarse sobre su vida dentro del contexto de una Holanda del 1600 nos puede dar suficiente data como para hacer elaborar, a modo de evaluación y bajo ciertas consignas, un microrelato. Partiendo del Regreso del hijo pródigo, el educando, puede construir un pequeño texto argumental en base a una especie de “apropiación derridiana” del cuadro de Rembrandt; un microrelato hasta con una posible nota de ficción que permite mirar el arte desde otro lado distinto.
Proponer tal tipo de trabajo dentro de una cátedra, traerá varias dificultades tanto para el docente como para el que es evaluado. El docente deberá tener bien en claro los parámetros evaluativos y para ello también la forma en que deberá encarar el trabajo el evaluado.
El tema en sí a desarrollar no es meramente ficción sino que esta cargado de acontecimientos reales, brindados fundamentalmente por los textos consultados durante el desarrollo de la cursada. Es un microrelato que debe pretender ser, por lo menos en parte, un texto de historia del arte. No debe pretender cautivar, sino tal vez “refrescar” una realidad histórica, puesto que “una historia que pretende cautivar huele de lejos a falso y no puede ir mas allá del pastiche…el historiador no es un coleccionista ni un esteta; no le interesen la belleza ni la singularidad. Solo le interesa la verdad...” (Paul Veyne, p. 19). Esta en claro que el alumno no es un historiador, ni es pretensión de la cátedra que lo sea, pero debemos sacar de él el mejor partido posible.
Sobre la “construcción” del relato es importante tener en cuenta la opinión de Renato Ortiz que aludiendo a las ciencias sociales (y la historia del arte se nutre en gran parte de ellas) dice que: “…viven de los conceptos. Tomarlos es un arte. No necesariamente en el sentido artístico de la palabra sino en cuanto a artesanía…”…si es necesario educar al alumno en la selección de los contenidos a emplear. Pero todo ello se logra con mucho trabajo y orden…nuevamente recurrimos a Ortiz: el objeto sociológico es un artefacto hecho pieza por pieza…al formularlo estoy obligado a redondearlo, pulirlo, a tomar el detalle que contribuye a la explicación del todo…el trabajo del alumno en este microrelato requiere de idas y vueltas, de andar y desandar caminos hasta descubrir cual es el más efectivo para no distanciarse, de todas formas, de una realidad histórica.
En una entrevista realizada por Adriana Puigross en los ´ 90 a Silvia Duluc, secretaria académica de UNER por ese tiempo, esta última refiriéndose a donde se debían poner los énfasis en educación en cuestiones del conocimiento mencionó: la creatividad; el planteo de problemas; las indagaciones autónomas; la búsqueda de caminos alternativos; el desarrollo de propios caminos sin negar los ya existentes (Adriana Puiggrós; p. 104).


Bibliografía específica:
ORTIZ, RENATO, TAQUIGRAFIANDO LO SOCIAL, Buenos Aires, Siglo XXI Editores Argentina, 2004. Pp. 11-14.
PUIGGROS, ADRIANA, UNIVERSIDAD, PROYECTO GENERACIONAL Y EL IMAGINARIO PEDAGÓGICO, Buenos Aires, Paidós Cuestiones de Educación, 1993.
VEYNE, PAUL, “El objeto de la historia) 1.Un relato verídico y nada mas. 2. Todo es histórico, luego la historia no existe” .COMO SE ESCRIBE LA HISTORIA. FOUCAULT REVOLUCIONA LA HISTORIA,

 Extraído de EL MICRORELATO COMO FORMA EVALUATIVA EN LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA DEL ARTE.
Jorge Jofre.  enero 2014

viernes, 13 de abril de 2018

Sergio Sergi y " El sombrero nuevo"











 Sergio Sergi (Sergio Hocevar: 1896-1973), triestino llegado a la Argentina,   realiza en Santa  Fe una xilografía que denomina “El sombrero nuevo” (1939).  En ella revela   en su totalidad su técnica y encuadre estético que ronda: el expresionismo, el grotesco y se diría lo caricaturesco. Situación entendible si recordamos que en algunos de   los grabados de Sergi podemos hallar cierta influencia  del mexicano José Guadalupe Posada, de los “Caprichos”  de Goya y hasta de la pintura de Gutiérrez  Solana. 

En la obra de muchos creadores hay siempre una obra cuya iconicidad se muestra más claramente tal vez que en otras. Los ejemplos nos sobran dentro del arte argentino: Eduardo Sívori con” Le lever de la bonne “(1887); Antonio Berni con “Manifestación “(1934) o León Ferrari con  “La civilización occidental y cristiana “(1965). Poco importa para el caso; si la criada del cuadro de Sívori era danesa o no; si Berni pintó sobre arpillera sus trabajadores o si León Ferrari utilizó un Cristo de santería: eso es historia en torno a las obras. Lo que cuenta es que el cuerpo desnudo pintado por Sívori guarda fidelidad con el cuerpo de una criada de carne y hueso; que los trabajadores de Berni se asemejan a los verdaderos que fotografió con su cámara Leica. Que León Ferrari no realizó la imitación de un Cristo de santería sino que puso en su obra uno verdadero. 




Todo nos hace pensar que algunos artistas realizaron producciones donde la referencialidad entre modelo y obra constituye un vínculo fuerte. Un vínculo que hace que esa producción en especial sea relevante en la trayectoria personal del creador.  De todos modos muchas veces nos hemos sorprendido al saber que el propio artista no considera a esa obra puntualizada por la historia o por la crítica como pieza icónica; como pieza clave de su producción personal. 

 En ocasiones solo hay silencio por parte del artista, y entonces  solo nosotros suponemos o tal vez imaginamos que esa obra ha sido clave. Este es el caso de nuestro tema central: Sergio Sergi y “El sombrero nuevo”. Entendemos que entre la imagen grabada y la realidad de ese compadrito santafecino hay un alto grado de referencialidad, pero alrededor de esa obra solo parece haber silencio por parte del grabador triestino….este es el comienzo de una parte de nuestro desafío; el otro será reconstruir la experiencia santafecina de Sergi.

Jorge Jofre 2018.
Fragmento extraido de :
Construyendo fragmentos de una historia regional.
Sergio Sergi y "  El sombrero nuevo".
UNL. mayo  2017