Franz
Kafka le dijo a su amigo Gustav Janouch: “...El
cine perturba la visión. La rapidez de los movimientos y la sucesión
precipitada de las imágenes lo condenan a uno de manera continua, a una visión superficial.”.
Aproximadamente siete décadas después de estas palabras de Kafka, Andrei
Tarkovski filma su quinta película: STALKER: La Zona (1979) basada en el libro Picnic extraterrestre. El filme no solo
se sitúa en la cumbre de la estética tarkovskiana sino que también es una obra
que parece haber sido creada para redimir al cine de la apreciación de Kafka.
En el
comienzo de STALKER La cámara penetra
una puerta entreabierta y nos revela la despojada habitación donde duermen el Stalker (guía de la zona prohibida), su
mujer y su hija. Se desliza suavemente sobre los personajes, reposa sobre una
mesita de metal; que vibra bajo el paso del tren y mueve un vaso depositado
sobre ella. El plano parece ser interminable.
En STALKER, la mayor parte de los planos-secuencia,
fueron elaborados bajo el mismo patrón: una prolongada lentitud que los
eterniza en el tiempo. Tarkovski trabaja esos planos hasta lo indecible.
Desarrollando un cine de movimientos lentos; en ocasiones casi imperceptibles;
anteponiendo al plano casi permanentemente por sobre el argumento de Picnic extraterrestre. Obligando al ojo
del espectador a tratar de descubrir el más mínimo cambio por pequeño que
fuere. La “rapidez de los movimientos”
y “la sucesión precipitada de las
imágenes “de que hablaba Kafka en referencia al cine, parece haber perdido
crédito en el director ruso.
Kafka
también le había dicho a su amigo en la misma ocasión que: “...No es la mirada la que capta las imágenes, son ellas las que captan
la mirada”. Como si las imágenes tuvieran la posibilidad de interponerse
ante nuestra vista y accionar simplemente sobre ella: tal vez algo de eso
creían los antiguos griegos. Es verdad que visto primariamente algo de eso
parece ocurrir en el cine de Tarkovski. Pero, por otro lado, las imágenes en
sus filmes se convierten también, ante la mirada vacía del espectador, en pulsiones
que en definitiva imprimen huellas en el inconsciente (recordemos a Lacan).
También es verdad entonces que ese cine provoca algo que se inscribe en lo más
profundo de nosotros. Desata ciertos estados que parecen estar prescriptos en
la lentitud de cada plano secuencia. Tal vez, por eso, cada vez que uno vuelve
a ver el final de STALKER: La Zona, lo sigue con una mirada lenta como para no
perder ningún detalle.
Uno
sigue milímetro a milímetro la cabeza de la hija del Stalker hasta apoyarse sobre la mesa para luego obrar el “milagro”
de mover, con solo su mirada y también lentamente los objetos .El tren que pasa
por detrás, las vibraciones y la música completan esa concepción compresiva y
minimalista del tiempo propia del director. Entonces la mirada se nos torna
imperturbable: si Kafka hubiera visto cine de Tarkovski no hubiera con
seguridad dicho tales palabras a su amigo.
Jorge
Jofre.
Pubicado en Revista AMAUTA Nro. 7. Julio 2019
Jorge Jofre. 2019.
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