Por Jorge Jofre
Si bien hasta las novelas negras de David Goodis, con sus personajes marginales habían subyugado a la intelectualidad y a los cineastas franceses de los ´ 60 y generado productos como Disparen contra el pianista de la mano de Truffaut, el arranque de los setenta traía nuevas búsquedas en el cine; búsquedas que tenían como objeto, no descartar el género policial sino reformularlo.
Detectives como Lew Archer, aún en sus últimas historias, conservan un estilo que ya ha perdido cierto rédito. La resolución de casos con marchas y contramarchas, con nuevos y misteriosos crímenes a medida que se desarrolla la trama, ya no atrapan al lector y poco o nada importan sus versiones fílmicas…ya la antigua formula mágica chandleriana establecida en La dama del lago con misterios; detectives deductivos y múltiples e irresolutos parece haberse agotado.
En octubre de 1968 se estrena Bullitt, unos años después Harry el sucio…el policial abandona la negrura del antiguo cine norteamericano para ahondar ahora en otras temáticas. Aparece un nuevo estilo dentro del género, con policías violentos capaces de hacer justicia por su propia mano; sin códigos; casi una simetría del villano.
El perseguidor implacable.
Con el estreno de Bullitt (Peter Yates; 1968) surge en el cine un nuevo tipo de detective; de corte distinto al de los policiales negros. Peter Yates, en la mejor película de toda su carrera como director, elige a Steve Mc Queen (1930-1980) un actor que se caracterizó por haber compuesto “personajes solitarios” y de peligrosa condición dada la frialdad de su accionar.
En Bullitt, Steve Mc Queen, compone su propio paradigma en la figura de Frank Bullitt, un teniente de policía de San Francisco que pasa rápidamente de la instancia de ofrecer protección policial a un supuesto Johnny Ross (porque después resulta no serlo) a la búsqueda y persecución de los asesinos profesionales que hieren de muerte al protegido.
El supuesto muere en el hospital. Bullitt oculta, en complicidad con los médicos y sin informar de ello a sus superiores, la muerte del protegido, a fin de darse un margen de tiempo que le permita hallar a los agresores. Tras hallarlos los persigue con su Mustang GT: los villanos despistan y mueren al explotar el vehículo.
Hacia el final acorrala en el aeropuerto y mata abiertamente ante decenas de pasajeros al verdadero Ross…luego retorna a su casa, en la cama yace dormida su novia, se dirige al baño se higieniza ligeramente en la pileta y levanta la mirada hacia el espejo donde ve reflejado su propio rostro. La cámara deja de filmar.
El accionar de Frank Bullitt es casi tan frío como el del detective que compuso décadas atrás Bogart en The maltess falcon. Sam Spade (Humphrey Bogart) recurre, en este gran filme negro, a fuertes deducciones e ingeniosas trampas para lograr su objetivo, el teniente de San Francisco le agrega a esa condición: violencia armada y obstinadas persecuciones de los villanos.
En Bullitt, la célebre secuencia de la persecución en autos se convierte casi en un icono ineludible del cine policial y de acción. Los cortes de la cámara y los cambios de planos no impiden que la misma adquiera una monolítica unidad; la ausencia de música, solo los ruidos de motores y neumáticos chirriantes refuerzan el efecto.
Peter Yates muy acertadamente establece geográficamente la persecución primero en la ciudad y luego en una angosta y peligrosa carretera. Por momentos solo se escucha el bramido del poderoso motor del Mustang GT que conduce el detective que parece copiar matemáticamente, en el tramo de ciudad, los movimientos del vehículo en fuga. En la carretera el panorama cambia, por momentos el Mustang GT parece estar a un palmo del otro auto y por momentos se distancian. Al detective solo le queda arremeter de costado contra ellos e intentar despistarlos, dado que la velocidad desarrollada por los dos vehículos y las condiciones de tránsito de la carretera le impiden dejar el volante y hacer uso de su arma. Pero para ello debe hacer varios intentos dado que uno de los asesinos le está disparando con una escopeta. Descarta el apresar a los delincuentes como testigos, la cuestión es exclusivamente despistarlos tal vez sin que le importe mucho lo que luego pase.
La música solo acompaña los primeros instantes de la larga secuencia de casi siete minutos. Luego cesa, Frank Bullitt se ajusta el cinturón de seguridad y en ese instante el Dodge de los asesinos inicia una estrepitosa carrera con mucho ruido de neumáticos. Son los signos evidentes de que va a haber una persecución. Yates ha comprendido la lección de los antiguos westerns americanos donde a la hora de perseguir a caballo sobrevenían planos que mostraban: el ajuste del jinete a la montura; el toque de riendas y el encabritado caballo que inicia el galope previo a la intensa persecución. Solo que ahora los caballos se han tornado poderosas máquinas que devoran distancias en segundos.
También como en los westerns se muestran por momentos los rostros del perseguidor y el perseguido. Tanto el teniente como el chofer del otro auto se ven fríos y expectantes. Solo que este último (el del Dodge) esboza una gélida sonrisa cuando en un momento el policía se despista de la carretera. Pero Frank Bullitt reingresa al camino y casi a la manera del sheriff o el cazador de recompensas arremete en pos de su objetivo implacablemente; sin que el terreno o cualquier circunstancia lo detengan.
Casi una simetría del villano.
Por la época del estreno de Harry el sucio (Don Siegel; 1971) se podía ver en la televisión norteamericana al inspector Columbo, este peculiar personaje no recurría a la violencia extrema e intentaba resolver los crímenes bajo la ayuda de su analítica mente. Harry Callahan, personaje protagónico del filme, esta lejos de Columbo esta sin duda mucho más lejos aún del detective chandleriano o del Low Archer de Ross Mac Donald; de aquellos detectives que trataban de sobrenadar a las miserias humanas y solucionar cuestiones sin manchar el honor.
Tal vez, nos podríamos atrever a decir, que Harry Callahan tiene ciertos puntos en común con Tom Ripley, el célebre personaje de Patricia Higsmith que ha sido definido en el prólogo de una edición impresa de la novela como “indiferente ante el sufrimiento ajeno, ególatra y enfermizo”. Pero debemos tener en cuenta bajo el influjo de esta apreciación que Ripley no es un policía sino un estafador y homicida; que Callahan ha roto sin duda la alteridad entre la ley y el delito.
Don Siegel había producido antes de Harry el sucio, Coogan´s Bluff (1968), un filme donde había llevado al espectador a territorios antes prohibidos y, muy especialmente en lo que hace a dos tópicos fundamentales: la apologización de la violencia y la puesta en ridículo de la ley. Los puños del sheriff de Arizona Walt Coogan (Clint Eastwood) seran el anticipo del poderoso revolver con que Harry Callahan exterminará a sus enemigos. A Coogan, no obstante para ser como Harry le faltan sus monólogos y su sonrisa cínica.
A pocas escenas del comienzo del filme vemos como el sheriff Walt Coogan arriba a New York con el solo motivo de trasladar a Arizona al peligroso Ringerman: un verdadero anteproyecto del asesino serial Scorpio ( Harry el sucio); villanos tan aniñados en su apariencia como letales e impredecibles.
Siegel lleva al espectador a que considere necesario que Coogan atrape al villano Ringerman a cualquier precio; a que vea y apruebe, casi cuadro a cuadro, procedimientos del sheriff que ponen en ridículo a fuerzas policiales, instituciones carcelarias y hasta a la ley misma. Esto genera una sospecha en el espectador tanto de la inutilidad de las fuerzas de seguridad como de la heroicidad del sheriff; da las primeras puntadas de una figura que perdura aún en el presente: el policía sin códigos: tal vez una especie de simetría del villano. Una simetría que diluye los límites de la idea del bien.
La anomia de un detective.
“Se lo que estas pensando, si disparé las seis balas o solo cinco. La verdad es que con todo este ajetreo yo tambien he perdido la cuenta.”...así inicia su monólogo frente a un salteador de bancos que se halla herido en el suelo a su merced armado con lo el propio Harry califica como “el mejor arma del mundo”.
Ahora en nuevo plano se ve a Harry Callahan apuntando al salteador, pero no dispara, solo toma la escopeta que esta en el suelo y se retira…..” Necesito saberlo” le dice el delincuente…el detective se da vuelta, retrocede unos pasos, martilla y gatilla luego lentamente el arma que no tiene balas. La cámara en una toma baja encuadra el rostro de Eastwood que esboza una cínica sonrisa…casi podríamos decir que esta gozando con la circunstancia de tener en sus manos la vida del maleante, que profiere casi masticándolo un “ hijo de perra” , mientras ve al policía que nuevamente se aleja triunfante y casi despreocupado.
Harry Callahan se nos presenta como un inspector de policía “obtuso, cínico y heterodoxo que aparentemente siempre esta en conflicto con sus jefes “. La figura y la voz de Clint Estwood son casi el icono de un personaje…una cara que parece tallada en piedra; un mentón pronunciado; unos ojos claros librados de emociones y una voz que casi nunca se eleva de tono. Solo falta mencionar su Smith & Wesson 44, un verdadero símbolo de violencia; una extensión del cuerpo del detective. Un arma que a Callahan lo hace sentir todopoderoso y capaz de alterar el curso de los hechos.
Desde la mirada de una recepción cinematográfica el revolver de Callahan es mucho más que una herramienta de destrucción: es un violento protagonista del filme de Siegel. Los encuadres fotográficos de Callahan y su arma forman una unidad casi monolítica que impacta profundamente en las mentes de los espectadores; que genera una actitud identitaria. Así es como la violencia excede la pantalla y se instala en ellos. Muchos desde el estreno del filme habrán soñado con ser Callahan, muchos habrán deseado toma a toma la destrucción de Scorpio, el asesino serial que el detective persigue desde el comienzo.
Harry Callahan, debe responder a sus acciones “con medios similares o peores” como ha afirmado Alejandro Franco en una crítica del filme. Así es como se establece una lucha sin códigos y también podríamos decir que sin lógica alguna. Siegel muestra a Harry Calahan a la manera de un policía outsider, capaz de olvidar en su accionar el marco legal que debe contener su proceder.
Pero a medida que avanza la acción esa circunstancia parece tomar otro rumbo en la mirada del público que ahora le quita a Callahan el “etiquetado” de marginal. Así es como Scorpio se constituye plenamente en el villano y la platea comienza a aceptar que el teniente de policía es el héroe del filme.
Harry y Scorpio se han herido mutuamente, en una poco clara secuencia nocturna. Aún convaleciente, el detective, recibe una llamada de un médico que ha atendido la herida en la pierna de Scorpio; el profesional le indica que recuerda que vive en las instalaciones de un gran estadio próximo. Tras una tremenda persecución atrapa a Scorpio en el centro del ahora iluminado campo de juego y lo amenaza con su arma. Uno clama por su vida y el otro solo repite “donde esta la chica”; quiere saber a cualquier costo donde esta la niña secuestrada. La cámara se aleja y muestra la dimensión monumental de un estadio donde ambos personajes terminan siendo solo dos pequeñas manchas en la gramilla.
Don Siegel imprime .al filme un particular ritmo y tinte violento. Muestra a un Harry donde el romance parece no tener cabida; así como tampoco código alguno al momento de atrapar a su presa. Las alusiones a su mundo de las pasiones solo incluyen el ocasional fisgoneo a través de una ventana, prismáticos mediante, del cuerpo desnudo de una joven y solo en una ocasión habla de su esposa que ha muerto en un accidente de tránsito…no hay tiempo para el amor en la vida del policía.
Callahan evalúa a la justicia de un régimen democrático como incompetente. Ve a los jueces, abogados y fiscales como solamente preocupados en garantizar el respeto a las normas legales que protegen a los ciudadanos; los considera permisivos a la hora de castigar al que ha delinquido. En definitiva, lo lleva a anteponer su arma al código penal.
Si entendemos por definición a la anomia como falta de normas, es seguro que el detective se ajusta casi correctamente a tal término. Su accionar policial construye un personaje al margen de las normas. Sirviéndonos del apoyo de las ideologías, sería dable tener en cuenta que Callahan visualiza al delito y al delincuente, como una cosa a destruir; como un producto humano cosificado que debe ser extirpado de la sociedad sin contemplaciones. Tal objetivación lo lleva a intentar destrozar a Scorpio sin atenuantes y más allá de toda regla….así es como Harry el Sucio nos vuelca en la cara un clima de violencia inusitado, fotograma a fotograma.
Publicado en Critica Cl. ; Santiago de Chile; marzo 2010.
Jorge Jofre. 2010.
Si bien hasta las novelas negras de David Goodis, con sus personajes marginales habían subyugado a la intelectualidad y a los cineastas franceses de los ´ 60 y generado productos como Disparen contra el pianista de la mano de Truffaut, el arranque de los setenta traía nuevas búsquedas en el cine; búsquedas que tenían como objeto, no descartar el género policial sino reformularlo.
Detectives como Lew Archer, aún en sus últimas historias, conservan un estilo que ya ha perdido cierto rédito. La resolución de casos con marchas y contramarchas, con nuevos y misteriosos crímenes a medida que se desarrolla la trama, ya no atrapan al lector y poco o nada importan sus versiones fílmicas…ya la antigua formula mágica chandleriana establecida en La dama del lago con misterios; detectives deductivos y múltiples e irresolutos parece haberse agotado.
En octubre de 1968 se estrena Bullitt, unos años después Harry el sucio…el policial abandona la negrura del antiguo cine norteamericano para ahondar ahora en otras temáticas. Aparece un nuevo estilo dentro del género, con policías violentos capaces de hacer justicia por su propia mano; sin códigos; casi una simetría del villano.
El perseguidor implacable.
Con el estreno de Bullitt (Peter Yates; 1968) surge en el cine un nuevo tipo de detective; de corte distinto al de los policiales negros. Peter Yates, en la mejor película de toda su carrera como director, elige a Steve Mc Queen (1930-1980) un actor que se caracterizó por haber compuesto “personajes solitarios” y de peligrosa condición dada la frialdad de su accionar.
En Bullitt, Steve Mc Queen, compone su propio paradigma en la figura de Frank Bullitt, un teniente de policía de San Francisco que pasa rápidamente de la instancia de ofrecer protección policial a un supuesto Johnny Ross (porque después resulta no serlo) a la búsqueda y persecución de los asesinos profesionales que hieren de muerte al protegido.
El supuesto muere en el hospital. Bullitt oculta, en complicidad con los médicos y sin informar de ello a sus superiores, la muerte del protegido, a fin de darse un margen de tiempo que le permita hallar a los agresores. Tras hallarlos los persigue con su Mustang GT: los villanos despistan y mueren al explotar el vehículo.
Hacia el final acorrala en el aeropuerto y mata abiertamente ante decenas de pasajeros al verdadero Ross…luego retorna a su casa, en la cama yace dormida su novia, se dirige al baño se higieniza ligeramente en la pileta y levanta la mirada hacia el espejo donde ve reflejado su propio rostro. La cámara deja de filmar.
El accionar de Frank Bullitt es casi tan frío como el del detective que compuso décadas atrás Bogart en The maltess falcon. Sam Spade (Humphrey Bogart) recurre, en este gran filme negro, a fuertes deducciones e ingeniosas trampas para lograr su objetivo, el teniente de San Francisco le agrega a esa condición: violencia armada y obstinadas persecuciones de los villanos.
En Bullitt, la célebre secuencia de la persecución en autos se convierte casi en un icono ineludible del cine policial y de acción. Los cortes de la cámara y los cambios de planos no impiden que la misma adquiera una monolítica unidad; la ausencia de música, solo los ruidos de motores y neumáticos chirriantes refuerzan el efecto.
Peter Yates muy acertadamente establece geográficamente la persecución primero en la ciudad y luego en una angosta y peligrosa carretera. Por momentos solo se escucha el bramido del poderoso motor del Mustang GT que conduce el detective que parece copiar matemáticamente, en el tramo de ciudad, los movimientos del vehículo en fuga. En la carretera el panorama cambia, por momentos el Mustang GT parece estar a un palmo del otro auto y por momentos se distancian. Al detective solo le queda arremeter de costado contra ellos e intentar despistarlos, dado que la velocidad desarrollada por los dos vehículos y las condiciones de tránsito de la carretera le impiden dejar el volante y hacer uso de su arma. Pero para ello debe hacer varios intentos dado que uno de los asesinos le está disparando con una escopeta. Descarta el apresar a los delincuentes como testigos, la cuestión es exclusivamente despistarlos tal vez sin que le importe mucho lo que luego pase.
La música solo acompaña los primeros instantes de la larga secuencia de casi siete minutos. Luego cesa, Frank Bullitt se ajusta el cinturón de seguridad y en ese instante el Dodge de los asesinos inicia una estrepitosa carrera con mucho ruido de neumáticos. Son los signos evidentes de que va a haber una persecución. Yates ha comprendido la lección de los antiguos westerns americanos donde a la hora de perseguir a caballo sobrevenían planos que mostraban: el ajuste del jinete a la montura; el toque de riendas y el encabritado caballo que inicia el galope previo a la intensa persecución. Solo que ahora los caballos se han tornado poderosas máquinas que devoran distancias en segundos.
También como en los westerns se muestran por momentos los rostros del perseguidor y el perseguido. Tanto el teniente como el chofer del otro auto se ven fríos y expectantes. Solo que este último (el del Dodge) esboza una gélida sonrisa cuando en un momento el policía se despista de la carretera. Pero Frank Bullitt reingresa al camino y casi a la manera del sheriff o el cazador de recompensas arremete en pos de su objetivo implacablemente; sin que el terreno o cualquier circunstancia lo detengan.
Casi una simetría del villano.
Por la época del estreno de Harry el sucio (Don Siegel; 1971) se podía ver en la televisión norteamericana al inspector Columbo, este peculiar personaje no recurría a la violencia extrema e intentaba resolver los crímenes bajo la ayuda de su analítica mente. Harry Callahan, personaje protagónico del filme, esta lejos de Columbo esta sin duda mucho más lejos aún del detective chandleriano o del Low Archer de Ross Mac Donald; de aquellos detectives que trataban de sobrenadar a las miserias humanas y solucionar cuestiones sin manchar el honor.
Tal vez, nos podríamos atrever a decir, que Harry Callahan tiene ciertos puntos en común con Tom Ripley, el célebre personaje de Patricia Higsmith que ha sido definido en el prólogo de una edición impresa de la novela como “indiferente ante el sufrimiento ajeno, ególatra y enfermizo”. Pero debemos tener en cuenta bajo el influjo de esta apreciación que Ripley no es un policía sino un estafador y homicida; que Callahan ha roto sin duda la alteridad entre la ley y el delito.
Don Siegel había producido antes de Harry el sucio, Coogan´s Bluff (1968), un filme donde había llevado al espectador a territorios antes prohibidos y, muy especialmente en lo que hace a dos tópicos fundamentales: la apologización de la violencia y la puesta en ridículo de la ley. Los puños del sheriff de Arizona Walt Coogan (Clint Eastwood) seran el anticipo del poderoso revolver con que Harry Callahan exterminará a sus enemigos. A Coogan, no obstante para ser como Harry le faltan sus monólogos y su sonrisa cínica.
A pocas escenas del comienzo del filme vemos como el sheriff Walt Coogan arriba a New York con el solo motivo de trasladar a Arizona al peligroso Ringerman: un verdadero anteproyecto del asesino serial Scorpio ( Harry el sucio); villanos tan aniñados en su apariencia como letales e impredecibles.
Siegel lleva al espectador a que considere necesario que Coogan atrape al villano Ringerman a cualquier precio; a que vea y apruebe, casi cuadro a cuadro, procedimientos del sheriff que ponen en ridículo a fuerzas policiales, instituciones carcelarias y hasta a la ley misma. Esto genera una sospecha en el espectador tanto de la inutilidad de las fuerzas de seguridad como de la heroicidad del sheriff; da las primeras puntadas de una figura que perdura aún en el presente: el policía sin códigos: tal vez una especie de simetría del villano. Una simetría que diluye los límites de la idea del bien.
La anomia de un detective.
“Se lo que estas pensando, si disparé las seis balas o solo cinco. La verdad es que con todo este ajetreo yo tambien he perdido la cuenta.”...así inicia su monólogo frente a un salteador de bancos que se halla herido en el suelo a su merced armado con lo el propio Harry califica como “el mejor arma del mundo”.
Ahora en nuevo plano se ve a Harry Callahan apuntando al salteador, pero no dispara, solo toma la escopeta que esta en el suelo y se retira…..” Necesito saberlo” le dice el delincuente…el detective se da vuelta, retrocede unos pasos, martilla y gatilla luego lentamente el arma que no tiene balas. La cámara en una toma baja encuadra el rostro de Eastwood que esboza una cínica sonrisa…casi podríamos decir que esta gozando con la circunstancia de tener en sus manos la vida del maleante, que profiere casi masticándolo un “ hijo de perra” , mientras ve al policía que nuevamente se aleja triunfante y casi despreocupado.
Harry Callahan se nos presenta como un inspector de policía “obtuso, cínico y heterodoxo que aparentemente siempre esta en conflicto con sus jefes “. La figura y la voz de Clint Estwood son casi el icono de un personaje…una cara que parece tallada en piedra; un mentón pronunciado; unos ojos claros librados de emociones y una voz que casi nunca se eleva de tono. Solo falta mencionar su Smith & Wesson 44, un verdadero símbolo de violencia; una extensión del cuerpo del detective. Un arma que a Callahan lo hace sentir todopoderoso y capaz de alterar el curso de los hechos.
Desde la mirada de una recepción cinematográfica el revolver de Callahan es mucho más que una herramienta de destrucción: es un violento protagonista del filme de Siegel. Los encuadres fotográficos de Callahan y su arma forman una unidad casi monolítica que impacta profundamente en las mentes de los espectadores; que genera una actitud identitaria. Así es como la violencia excede la pantalla y se instala en ellos. Muchos desde el estreno del filme habrán soñado con ser Callahan, muchos habrán deseado toma a toma la destrucción de Scorpio, el asesino serial que el detective persigue desde el comienzo.
Harry Callahan, debe responder a sus acciones “con medios similares o peores” como ha afirmado Alejandro Franco en una crítica del filme. Así es como se establece una lucha sin códigos y también podríamos decir que sin lógica alguna. Siegel muestra a Harry Calahan a la manera de un policía outsider, capaz de olvidar en su accionar el marco legal que debe contener su proceder.
Pero a medida que avanza la acción esa circunstancia parece tomar otro rumbo en la mirada del público que ahora le quita a Callahan el “etiquetado” de marginal. Así es como Scorpio se constituye plenamente en el villano y la platea comienza a aceptar que el teniente de policía es el héroe del filme.
Harry y Scorpio se han herido mutuamente, en una poco clara secuencia nocturna. Aún convaleciente, el detective, recibe una llamada de un médico que ha atendido la herida en la pierna de Scorpio; el profesional le indica que recuerda que vive en las instalaciones de un gran estadio próximo. Tras una tremenda persecución atrapa a Scorpio en el centro del ahora iluminado campo de juego y lo amenaza con su arma. Uno clama por su vida y el otro solo repite “donde esta la chica”; quiere saber a cualquier costo donde esta la niña secuestrada. La cámara se aleja y muestra la dimensión monumental de un estadio donde ambos personajes terminan siendo solo dos pequeñas manchas en la gramilla.
Don Siegel imprime .al filme un particular ritmo y tinte violento. Muestra a un Harry donde el romance parece no tener cabida; así como tampoco código alguno al momento de atrapar a su presa. Las alusiones a su mundo de las pasiones solo incluyen el ocasional fisgoneo a través de una ventana, prismáticos mediante, del cuerpo desnudo de una joven y solo en una ocasión habla de su esposa que ha muerto en un accidente de tránsito…no hay tiempo para el amor en la vida del policía.
Callahan evalúa a la justicia de un régimen democrático como incompetente. Ve a los jueces, abogados y fiscales como solamente preocupados en garantizar el respeto a las normas legales que protegen a los ciudadanos; los considera permisivos a la hora de castigar al que ha delinquido. En definitiva, lo lleva a anteponer su arma al código penal.
Si entendemos por definición a la anomia como falta de normas, es seguro que el detective se ajusta casi correctamente a tal término. Su accionar policial construye un personaje al margen de las normas. Sirviéndonos del apoyo de las ideologías, sería dable tener en cuenta que Callahan visualiza al delito y al delincuente, como una cosa a destruir; como un producto humano cosificado que debe ser extirpado de la sociedad sin contemplaciones. Tal objetivación lo lleva a intentar destrozar a Scorpio sin atenuantes y más allá de toda regla….así es como Harry el Sucio nos vuelca en la cara un clima de violencia inusitado, fotograma a fotograma.
Publicado en Critica Cl. ; Santiago de Chile; marzo 2010.
Jorge Jofre. 2010.
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